COMPRAS, COMPRAS:
Estos días previos a la Navidad, son propicios para
realizar numerosas compras relacionadas con la celebración de unas fiestas
que se han asociado a un consumismo excesivo. Se disparan los gastos,
aunque este año, la crisis económica hará inevitable que muchos se aprieten
algo el cinturón y se pronostica una disminución con respecto a los últimos
años, y de hecho las previsiones hablan de una reducción del 19% sobre el
volumen de negocio del mes de diciembre de 2008. Se volverá así a
equiparar a los niveles de hace cuatro años. Se calcula que la media de gasto
rondará los 735 € por ciudadano, de los que más de la mitad se destinarán a
regalos; poco más de 200 a comida, y el resto a salidas. Sí se ha previsto
que se eviten muchos caprichos, y se sea más selectivo.
NUESTROS VECINOS RUMANOS:
Los rumanos forman uno de los colectivos de
inmigrantes más numerosos en Andalucía. Se estima que residen aquí unos
cien mil ciudadanos procedentes de ese país, que vive en la actualidad unos
momentos políticos turbulentos. Cayó el gobierno y ha habido elecciones el
pasado fin de semana, pero la oposición ha denunciado que en ellas se
produjo un fraude masivo. Cuando se cumplen 20 años de la caída de la
dictadura de Ceaucescu, un equipo de Los Reporteros se ha acercado a
Rumanía para ver cómo ha cambiado este país en estas dos décadas, así como
para conocer los nuevos proyectos e inversiones que están transformándolo,
tras su reciente ingreso en la Unión Europea. La corrupción es una de sus
rémoras, y conseguir el retorno de los emigrantes uno de sus retos, puesto
que ahora, su desarrollo económico se prevé rápido. Aún así, la actual
crisis está golpeando duramente su sistema productivo, y algunos de los que
estaban en España y decidieron volver, la sufren en primera persona.
UN VIAJE DE IDA Y VUELTA
España es el país preferido por los rumanos para emigrar.
Con la libertad de movimiento lograda tras la plena incorporación a la Unión Europea, viven entre nosotros casi un millón de rumanos, cien mil de ellos en Andalucía. La crisis económica y la falta de trabajo provocan que algunos vuelvan a su país, pero en Rumanía se enfrentan también con una difícil situación económica. Miran hacia Europa y esperan que la situación cambie.
Nueve de la noche en la estación Plaza de Armas, de Sevilla. Decenas de ciudadanos rumanos esperan un autobús. Cargan enormes bolsas de plástico y bocadillos para el camino. Vuelven a su tierra después de trabajar en la agricultura, la construcción o el cuidado de ancianos. Estampas como ésta, que recuerdan a otra época, se repiten por toda Andalucía, donde miles de rumanos intentan conseguir un pedazo de la ilusión que no encuentran en su país.
Pero tal y como están las cosas, España no tiene, actualmente, mucho que ofrecer.
Un grupo se reúne los domingos en una iglesia ortodoxa de Sevilla, entre iconos y candelabros, y se queja de la falta de empleo. Son ciudadanos de la Unión Europea desde 2007, pero hasta principios de 2009 no han podido trabajar libremente en cualquier país comunitario. Paul, encargado en una empresa agrícola que lleva más de diez años en España, explica que algunos rumanos se han comprado una casa en Andalucía, pero que con la crisis no la pueden pagar y que otros han decidido abandonarla y volver a su país.
En su despacho de Bucarest, Niculae Idu, jefe de la representación de la Comisión Europea en Rumanía, ofrece los datos: “casi tres millones de rumanos se han desplazado hacia los estados de la Unión Europea en busca de un puesto de trabajo. La crisis económica y financiera ha determinado que una pequeña parte de los mismos vuelva al país. Pero tal vez hablamos de 200.000, porque Rumanía no tiene una economía que les pueda ofrecer buenas oportunidades de contratación.”
En la iglesia ortodoxa siguen charlando. Nikolae, trabajador de la construcción sin empleo se queja también de que hay gente que no lo trata bien, ya que algunos españoles equiparan rumano con delincuente y gitano. Verónica Opritoiu, que se dedica a hacer traducciones para una organización no gubernamental y trabaja por las noches en una residencia de ancianos, tuvo muchos problemas lo corrobora con sus dificultades para encontrar un piso: “todo estaba bien por teléfono, pero cuando le daba el pasaporte para hacer el contrato, me decían que no me lo querían alquilar porque soy rumana”.
Ahora, Verónica vive en una pequeña habitación alquilada y se lleva muy bien con su casera, Pepi, que se ha convertido casi en una madre para ella. Sobre todo en los malos momentos, cuando se daba cuenta de que lo que le habían dicho en Rumanía sobre España no era verdad. No era tan fácil como llegar y hacerse rico en unos días.
Verónica también vino en autobús, un incómodo viaje de dos días y dos noches que miles de rumanos hacen. Rumanía está llena de florecientes negocios que venden billetes de autobús o gestionan el dinero enviado por los emigrantes, ya que el doce por ciento de la población vive fuera. La ciudad de Alexandria, en el sur del país, es muy representativa. Con cincuenta mil habitantes, es conocida como el polo de la pobreza. Más de cinco mil han emigrado a Italia o España y son los que mantienen a flote la economía de la ciudad.
En las afueras, una empresa andaluza, Bogaris, está construyendo un centro comercial, aprovechando el tirón de esas remesas, como hacen muchas otras compañías europeas. Alfonso Otero, el director general para Rumanía, explica que es un país grande, con muchas posibilidades y que la integración en la Unión Europea le ha dado el empujón que le hacía falta, sobre todo para ofrecer seguridad y estabilidad. Y es que hasta el año pasado, éste era el país europeo que más crecía. Multitud de empresas europeas invertían aquí y lo difícil entonces era encontrar mano de obra. Fue la época en que Ciprian Apropei, afincado en España, decidió regresar. Pensó que en su país necesitaban personas con experiencia y pronto encontró trabajo en esta empresa española.
El dinero enviado por los emigrantes en 2008 ascendió a ocho mil millones de euros. Pero, como explica Nicolae Idu, (representante de la CE en Rumanía), “una mano de obra cualificada es más importante. Las remesas llegan este año, quizás no el que viene y la mano de obra cualificada representa una garantía del desarrollo sostenible de la economía.”
Sin embargo, la entrada en la Unión Europea ha tenido también otras consecuencias y la peor, posiblemente, ha sido la fuerte subida de los precios. Nelu Tubose es un trabajador de la construcción que vive en Alexandria. Habla español perfectamente, ya que trabajó en Madrid durante ocho años. La crisis inmobiliaria lo dejó en el paro y lo forzó a volver. Ahora, trabaja en la obra de Bogaris, y se queja de que con el sueldo que gana no puede sacar adelante a su familia. Con trescientos o cuatrocientos euros al mes no se puede llevar un nivel de vida que en cuanto a precios es muy similar al de España o Italia. Su familia, además, no se adapta bien a la nueva situación y su hijo insiste continuamente en que quiere volver a España, que considera su propio país, con sus amigos.
Los altos precios y la dificultad de encontrar trabajo en el último año, con la llegada de la crisis, hacen que la gente siga emigrando.
El mercado de Alexandria, colorido, ruidoso y repleto de enormes cestos de fruta, está lleno de vendedores y de clientes que chapurrean español. Todos tienen un hijo, un hermano, un marido que trabaja en España. En el bar del mercado, una gitana echa la buenaventura a una mujer: su máximo deseo es ir a España a trabajar. María, una de las vendedoras, suele trabajar en los invernaderos de Almería durante el invierno y regresa en verano, para sacar algo de dinero en el mercado. Ella nos cuenta que en la ciudad, en época invernal, sólo hay niños y ancianos.
En España, el pueblo de Gibraleón, en Huelva, es un importante centro agrícola que atrae a muchos rumanos. Nina vive allí y cuida a una anciana y Ani trabaja en un restaurante. Las dos son grandes amigas y se apoyan mutuamente, pero tienen distintos planes de futuro. Ani quiere quedarse en Huelva para siempre. Nina Cosarca, sin embargo, asegura que ha emigrado temporalmente, y su ilusión es volver a su tierra, donde, más temprano que tarde, confía en que la situación mejorará y hará falta de nuevo mano de obra.
Nina trabaja para pagar la carrera de medicina a su hijo, Catalino, que vive en Brasov, en Transilvania, en el centro de Rumanía. Dejó atrás a su familia para garantizarle un futuro. Catalino, que recibe mensualmente el dinero que necesita para alojamiento y material universitario, echa de menos a su madre. Saca muy buenas notas, pero no tiene claro que su futuro pase por ejercer de médico en Rumanía, una profesión mal pagada y que, asegura, depende de regalos y sobornos. Si le dieran una beca, se iría sin dudarlo a otro país europeo.
Lo cierto es que, veinte años después de la caída de la dictadura de Ceauceascu, Rumanía registró en 2008 un crecimiento de casi el ocho por ciento. Pero este crecimiento estaba basado en el consumo, sustentado a su vez en las inversiones extranjeras, las remesas de los emigrantes, y los fondos de la Unión Europea. La crisis ha llegado en 2009, contagiada de Europa Occidental, y de esa misma Europa depende, en parte, su salida de la situación actual. Pero también depende, lógicamente, de las medidas que se adopten en Rumanía. Desde la adhesión, en 2007, la legislación laboral se ha equiparado a los estándares europeos en un ochenta por ciento. Pero, como comenta Niculae Idu, desde la oficina de la CE, a veces, llevarla a la práctica es difícil, ya que abunda la economía sumergida.
En Europa creen que el país crecerá bastante durante diez o quince años y se crearán puestos de trabajo, pero lo que es difícil de pronosticar, según Idu, es si esos puestos serán ocupados por los emigrantes que están ahora en España, Francia o Italia, “o por asiáticos o ciudadanos de la antigua Unión Soviética”.
En las calles de Rumanía, de hecho, ya se pueden ver algunos inmigrantes, aunque son mucho menos numerosos que en otros países europeos. También se ven en Timisoara, al oeste del país, la ciudad de origen de Verónica Oprotoiu, la rumana que vive en Sevilla. Ella tiene muy claro que, de momento, quiere quedarse en Andalucía. Ha mejorado su situación laboral y está relativamente contenta. En Timisoara era profesora en el instituto Grigore Moisil y los profesores ganan poco en este país, -entre doscientos y quinientos euros-, y como nos explica su directora, Sandra Junea, es una de las profesiones que más se abandona para emigrar, sobre todo en las áreas rurales.
George Georgescu lleva veinte años enseñando en este instituto y tiene muchos alumnos que ahora trabajan en Francia, en España o en Alemania. En parte se alegra, pero cree que Rumanía los necesita y que el Gobierno debe hacer algo para que vuelvan en buenas condiciones. Hay alumnos, como Julia, de dieciséis años, que tienen muy claro que quieren quedarse en Rumanía y ayudar a mejorar la situación. Ella quiere ser jueza y cree que su país tiene muchas posibilidades si se trabaja entre todos. Sergio, de la misma edad, sueña con volver a España, donde vivió durante ocho años, ya que le cuesta mucho adaptarse a su país de origen..
Verónica acaba de llegar a Timisoara, para pasar dos semanas con su madre, Elisabeta, y sus hermanos. Elisabeta tiene casi ochenta años y cubre su cabeza con un pañuelo, a la manera tradicional rumana. Tiene la cara marcada por las profundas arrugas que causa trabajar al are libre en el campo, y le encanta ver telenovelas latinoamericanas, como a muchos rumanos, que incluso aprenden así algo de español. Estos días está feliz con su hija, pero normalmente la echa mucho de menos. Sin embargo, comprende que en su país no tiene, de momento, muchas posibilidades de salir adelante. Elisabeta ha vivido la época de Ceaceascu y asegura que entonces se pasaba mal, pero ahora en democracia también pasan muchas necesidades.
El hermano de Verónica, Pantelimon Oprotoiu, trabaja en Timisoara en un almacén y su nuera en una clínica dental. Con dos sueldos tienen lo justo para pagar un pequeño piso, con una sóla habitación que hace de salón y dormitorio. Los dos son pesimistas y creen que su hija, aún un bebé, no tiene demasiado futuro en Rumanía. Les gustaría trabajar unos años fuera, pero querrían volver a su país a pasar la vejez. Aseguran que la entrada en la Unión Europea no les ha beneficiado en nada, sobre todo por la subida de precios. Pero, incluso en la misma familia, hay opiniones enfrentadas. Verónica sí cree que la situación económica y los sueldos están mejorando.
Desde luego, en Rumanía las cosas han cambiado mucho en poco tiempo. Hoy el país está plenamente integrado en la Unión Europea, los fondos están llegando, se construyen carreteras y obras públicas y las empresas y negocios proliferan por todo el país. Pero las diferencias de riqueza entre la población crecen vertiginosamente y muchos ciudadanos no tienen esperanza en el futuro. Muchos aún prefieren vivir fuera, a pesar de que la economía y el empleo en otros países europeos están pasando por un mal momento. Quizás, con la recuperación en Europa vuelva también la bonanza a Rumanía y, con ella, los emigrantes. Y vuelvan para quedarse.